Conversamos con el escritor Augusto Higa. (Perú21/ Violeta Ayasta)
Conversamos con el escritor Augusto Higa. (Perú21/ Violeta Ayasta)

Augusto Higa se considera espiritualmente un hombre de barrio. Su infancia en La Parada y El Porvenir terminaría forjando una mirada que, como parte del Grupo Narración junto a Oswaldo Reynoso, se desarrollaría en libros que exploran el mundo popular, la delincuencia, la pandilla. En esas esferas se ha movido su literatura para descubrir los secretos de la vida. En su casa no hay nada que remita a su ascendencia japonesa, salvo un artículo de Pokémon, que es de sus nietos. Hasta que uno entra a su biblioteca y se topa con libros sobre la migración nipona al Perú, que ya suma 120 años.

A ese retrato de lo marginal se sumaría su propia experiencia. El mismo año en que Alberto Fujimori, de origen japonés, llegaba al poder, él escapaba de la crisis viajando a la nación de sus padres para trabajar como operario en cuatro fábricas en 18 meses. Eso es lo que narra Japón no da dos oportunidades (Animal de Invierno), libro que se reedita al cumplir 25 años. En aquella biblioteca, sobre la mesa, la Biblia abierta y sus apuntes, escritos con esmerada caligrafía, como cuida su prosa. “Soy un antediluviano, todo lo hago a mano”, dice.

¿Qué significaba para usted Japón antes de viajar?

Tenía una imagen mítica. Mis padres me decían que en Japón todo era perfecto, no había hambre, robo, la gente era simpática. Yo crecí con esa imagen idealizada.

Al llegar choca con la realidad.

No obstante los rasgos físicos y el nombre, al llegar a Japón me di cuenta de que era realmente extranjero y la discriminación hacia nosotros era muy fuerte. Para ellos, éramos demasiado latinoamericanos, demasiado peruanos.

¿El viaje le ayudó a descifrar quién es?

Por negación es que me defino. Pensaba que al tener ciertas costumbres y rasgos japoneses, me iban a reconocer. En Japón me doy cuenta de que soy más peruano.

Acá japonés y allá peruano...

Es una sensación que viene de la infancia. En esa época, acá no éramos considerados peruanos, aun cuando nos hemos formado acá, y nuestras comidas y costumbres son perfectamente criollas. Ahora es distinto. Hablo de los 50.

Había esa discriminación tras la Segunda Guerra Mundial.

Un día hablaba con un vendedor de fruta, y yo le decía “yo soy peruano”, y él decía “no, tú eres chino”. A un chico de 7 años que le digan “tú no eres de aquí” lo hace sentir mal. Hasta en las bromas se sentía la discriminación.

¿Llegó a querer algo de Japón?

El salario que ganaba alcanzaba para mantenerte allá y para enviar. Cuando trabajaba acá, el sueldo no cubría las necesidades.

Comparado con su sueldo de acá, que trabajaba en Minedu. ¿Un profesor en esa época era un marginal?

En salario, sí. Y socialmente. Entre los profesionales, ser profesor de escuela nacional es lo último. Lo maltratan, se ríen de él. Y hoy es igual.

¿Y ser escritor también es ser marginal?

También. Ser escritor en Perú no es rentable. Es un hobby frustrado. Obtienes poco, salvo la satisfacción de una entrevista en los diarios, algún buen comentario.

La etapa de Japón fue de nostalgia. ¿La nostalgia sigue ocupando un lugar en su vida?

No, mi mirada es hacia el futuro. No he sido muy nostálgico.

¿Y en su obra?

Ahora ocupa un lugar primordial. Estoy recreando zonas de los años 40, 50, 60. Cuando escribo, no me ocupo del 2000 o 2010. Escribo cosas bien del pasado. En tal sentido, sí funciona la nostalgia.

¿Y todo eso a partir de Japón no da dos oportunidades?

Sí, porque el nikkei que yo elaboro no es ni peruano ni japonés, es un marginado, cosa que ya no es así para quien nació en los 90. El nikkei ya está más integrado, acriollado, peruanizado, en mi infancia no era así. Ahora estamos en todos los negocios, incluso en la delincuencia, la prostitución.

Recientemente, incluso ha aumentado el culto a lo japonés.

Ahora nos consideran peruanos, no era así antes. Se habla de la cocina nikkei, pintura nikkei, literatura nikkei, teniendo como base la mezcla de lo japonés y lo peruano.

En la situación actual, una población desarraigada y migrante es la venezolana...

Siento solidaridad a pesar de todos los problemas que ha habido, los atracos, pero la gran mayoría se gana la vida bien. Siento la solidaridad del migrante que se siente solo, desamparado, jodido, marginal. No siento xenofobia.

Para usted, ¿qué es tener un hogar?

Familia, amigos, fiestas. En Navidad nos reuniremos a celebrar.

¿Escribir ayuda a echar raíces?

Es una manera de estar conmigo mismo.

¿La literatura sirve para conocerse a sí mismo?

Para conocerte y ubicarte en el mundo, saber hacia dónde vas.

En su libro plantea una reflexión: “La felicidad no da dos oportunidades”. ¿Ha sido así en su vida?

La felicidad es siempre un hecho efímero, circunstancial, siempre se me ha escapado de las manos. Escribir un libro, tener un hijo, casarte son hechos que marcan y que he gozado o sufrido, pero que han hecho de mí lo que soy. Y, quiéralo o no, estoy satisfecho.

¿Y le teme a la muerte?

Sí, está cerca, lo siento de manera permanente. En todo caso, debo prepararme para la muerte. Los apuntes que tengo debo pasarlos en limpio, darlos a un amigo y quemar los que ya no sirven.

¿Qué quiere rescatar?

Preparo un libro de cuentos para 2020. Se llamará, creo, ‘Cuentos informales’. Tiene que ver con vendedores ambulantes e informalidad en el Perú, pero mezclado con descendientes de japoneses.

¿Tiene fe en que el Perú en el futuro mirará de forma más empática a sus marginales?

Por instinto, creo que el mundo que viene será mejor. Los jóvenes van a hacer las cosas mejor… La confusión, el odio, la indiferencia no son los que van a ganar, sino el optimismo, la confianza.

AUTOFICHA:

- “Nací en Lima en 1946. Estudié Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Algunos de mis libros son Que te coma el tigre (1977), La casa de Albaceleste (1987). En 2017 fui distinguido como Personalidad Meritoria de la Cultura por el Ministerio de Cultura”.

- “Soy hincha de Alianza Lima y devoto del Señor de los Milagros. Donde crecí era una zona pobre, populosa. Éramos una familia de extracción japonesa que vivía ahí. Mis primeros libros están marcados por ese mundo de pandillas, de barrio”.

- “Me falta terminar mi tesis sobre Ribeyro, de la maestría de Literatura Peruana e Latinoamericana en San Marcos. Ya tenía cinco o seis capítulos, me faltaba el último. Algún día tal vez lo publique. Lo he dejado dormido porque, para sustentar, hay que llevar cursos de actualización y ya no estoy para ir a clases”.